sábado, 23 de agosto de 2008

El proyecto cero…

Uno de los elementos que debe ser analizado en una coyuntura como ésta, y a pesar de todos los discursos triunfalistas, es la imposibilidad básica de los adversarios para imponerse el uno al otro. Y digo, a pesar de los discursos, porque en tanto más difícil es la imposición real sobre el otro, más furibundo es el discurso. Las palabras, las formas, se comen a los hechos. Porque los únicos hechos que se dan son los típicos de la desagregación, del desorden, de la ausencia de dirección y de proyecto. Según el clima, los estados de ánimo y las circunstancias inmediatas, se lanza lo primero que viene a la boca… o a los pies.
El Presidente puede decir que ya está aprobada su “constitución”, el ministro puede lanzar el soberbio disparate de que se está gestando un golpe como el de Banzer en 1971 -¿tan mal alumno fue en la Escuela de las Américas, señor Quintana?-; el prefecto, en discutible oratoria, puede exigir el mando de la Policía, unos changos belicosos pueden agarrar a patadas a un comandante (¡al que se portó mejor en el famoso enero de Cochabamba!) y, para colmo de los colmos, unos dirigentes cívicos pueden tener la peregrina idea que lo mejor para combatir al gobierno… ¡es no mandar carne a la Paz, Oruro y Potosí!

Estoy absolutamente convencido de que más allá de un diseño de poder, el gobierno carece de proyecto. La permanencia indefinida en la Presidencia puede ser un plan más que interesante para Evo y sus muchachos, ¡pero no es un proyecto de país! Y cada vez tengo más sospechas de que, más allá de las afirmaciones de trinchera, las regiones no logran concretar su autonomía en términos de proyecto histórico. Porque debo asumir –por seriedad analítica- que las autonomías no se concretan sólo por una voluntad mayoritaria, sino por la posibilidad de traducirse en una institucionalidad funcional y en una economía con sostenibilidad propia.

Y es que es muy difícil que las sociedades desagregadas protagonicen partos hermosos. No es su característica. Producen divisiones, confrontación, diferencias, pero ni siquiera llegan a producir guerras en serio. Un hecho aquí, una anécdota allí, patadas que van y vienen y reacciones de acuerdo al bando: si las patadas son a una diputada, son patadas patrióticas. Si son al comandante, son arteras y oligárquicas. Si el bloqueo es de los cívicos es parte de la conspiración y si es de los indígenas, es parte de la gran lucha de los pueblos por su liberación,.. ¡según el color del cristal con que se mire!

Y en tanto no hay proyecto, no hay dirección ni estrategia: hay forcejeo. Evo Morales va a hacer lo único que tiene que hacer: tratar de imponer su “constitución”. Es su instrumento de supervivencia, ¡es su nuevo cato de coca! No sé qué harán las regiones, porque hasta ahora, sus dirigencias se la han pasado en idas y venidas. Supongo que habrán escarmentado de su paso atrás y su admisión del referéndum y asumo que no volverán a pensar en huelgas de hambre y bloqueos de autoflagelación inexplicable.

Como siempre he pensado que la guerra es algo muy serio -“un asunto tan serio que no hay que confiárselo a los militares”, decía Clemenceau-, no creo que estemos en vísperas de guerra. Insisto en mi convicción de que, independientemente de urnas truchas, ninguno de los adversarios tiene la posibilidad de imponerse al otro. Si alguno de ellos se equivoca en su autovaloración, va a pagar precios muy caros. Y si yo me equivoco en la mía, y hay guerra de verdad... ¡estamos jodidos!

Cayetano Llobet

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