viernes, 31 de octubre de 2008

Tras la semántica de la concertación


No hay negociación si no se logra al menos un mínimo de las demandas planteadas; no hay concertación si queda insatisfecha una de las partes y no hay victoria política al costo de renegar de los principios que decimos representar. En esa lógica, lo de septiembre en Cochabamba no fue una negociación, mucho menos una victoria política para las regiones, sino la velada capitulación del último proyecto de país alternativo al estatismo totalitario: la descentralización democrática del poder.
En agosto de 2008 las regiones "perdieron en mesa lo que habían ganado en cancha"; el capital político acumulado en casi tres años de luchas autonomistas fue derrochado con la sumisión prefectural al revocatorio. Un mes después, las regiones se volcaron instintivamente a las calles, a tratar de recuperar las posiciones cedidas en el tablero de la diplomacia con el centralismo. A los errores de su dirección política le sucedieron la defección, la mentira y sobrevino una radicalización suicida.
Miles de autonomistas convictivos se creyeron las peroratas grandilocuentes y la retórica radicalizada de sus líderes; apostaron a que la derrota política de agosto aun podía transformarse en una victoria militar y salieron a tratar de poner en vigencia los estatutos autonómicos. Pero esa actitud consecuente y apasionada de las calles de septiembre fue desconocida en la vergonzosa capitulación de octubre.
Cabe preguntar a quienes abjuraron de defender la Constitución para apostar todo al Revocatorio, y después apostar el saldo de su mermado capital político a una "negociación" sin perspectivas, ¿Qué se negoció en Cochabamba si el derecho conquistado por el pueblo a elegir prefectos; la vigencia de los estatutos autonómicos, la amnistía para los bravos chaqueños y la demanda sucrense de Capitalidad fueron excluidas de la negociación?
¿Qué principios fuimos a defender, si olvidamos la lealtad y la consecuencia con Leopoldo; si abandonamos al compañero tras líneas enemigas para negociar con el verdugo los términos de nuestra propia salvación? La libertad para los secuestrados y confinados; las garantías para quienes salieron a luchar por el IDH y a oponerse a la Constitución oficialista jamás fueron parte de esa negociación.
De hecho, jamás hubo negociación. Se negocia cuando se tiene el respaldo de una base movilizada; la alternativa de la acción directa. El Conalde ya había abandonado al Chaco a su suerte; ya habían renegado de la rebeldía callejera que sus propias arengas desataron y habían descalificado el desborde del movimiento cívico; Una vez desactivada la base social y el mecanismo de presión de las regiones ¿Qué iban a negociarle al Gobierno?
Después de agosto la dirección regional nunca estuvo a la altura de la coyuntura; no tuvo la claridad para dar línea, ni las agallas para respaldar sus peroratas con decisiones. Cuando se ha empujado a un pueblo a las calles con la promesa de democracia y libertad, resulta una iniquidad que sus incitadores sean los primeros en capitular; que negocien su propia redención y luego hagan de la derrota una cuestión de semántica, convirtiendo en una "hazaña" el haber rendido el último movimiento capaz de contener la regresión hacia la autocracia estatista. Bajo estas circunstancias, hablar de un frente amplio resulta una pretensión inaceptable.
Erick Fajardo Pozo

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