lunes, 21 de junio de 2010

Todo... ¡y rápido!



El gobierno de Evo Morales siempre se arrepintió de haber perdido dos preciosos años en el intento inútil de la Asamblea Constituyente. De ahí en adelante, aprendió que las cosas había que hacerlas de otra manera. Su nueva Constitución fue el fácil resultado de una supuesta negociación con una supuesta oposición y se aprobó sin que hubiera pasado por las manos de uno solo de los constituyentes.
El cuadro que hoy vivimos es el resultado de ese aprendizaje. Muchas elecciones, muchas consultas, alguno que otro referéndum y el menú está completo: Evo Morales no sólo es la cabeza del Poder Ejecutivo. Ha nombrado, a su sólo criterio personal, sin instancia intermedia y sin apelación posible, a la Corte Suprema de Justicia y al Tribunal Constitucional. Tiene el Poder Legislativo como una suerte de oficialía menor para poner sello de “recibido, aprobado y despachado” a las iniciativas que llegan del Palacio de Gobierno. Va a intervenir directamente en la composición de las nuevas cortes electorales y en la Nacional, e indirectamente a través del manejo partidario. Ha nombrado, a dedo, al Contralor General y está aprobando los criterios para la designación de los futuros cargos nacionales. Como tiene bajo su mando a contralores, ministerio público, además de sus propios ministros, tiene procesados a prácticamente todos los gobernadores y alcaldes de oposición. Los resultados adversos de la última elección son neutralizados por esos procedimientos.
Como si todo esto fuera poco, cuenta con una de las oposiciones que, además de ser minoritaria, es una de las menos creativas e imaginativas de toda nuestra historia democrática. En su expresión parlamentaria, sólo es bullanguera en alguna de sus versiones femeninas. En su versión regional, sigue viviendo las consecuencias de su derrota de 2008 y, lo que es más grave, sin haber asumido como real esa derrota.
Esta figura del poder total -porque de eso se trata- se expresa en una ecuación sencilla: he utilizado todos los mecanismos que la democracia ha puesto a mi disposición... ¡para deshacerme de ella! Desde luego, y si hay algún respeto por los derechos de autor, no es Evo Morales quien puede atribuirse este invento. En el tránsito de las repúblicas urbanas a las señorías del siglo XIII entra en escena la figura del signore permanente: ese “señor permanente”, aun cuando subsistan las instituciones democráticas, dispondrá de los medios para someter el funcionamiento de las mismas a su voluntad, desfigurándolas. Lo ha hecho Chávez y lo hace más cínicamente todavía, Berlusconi: “Gobernar teniendo en cuenta la Constitución es un infierno”.
Tampoco el cinismo es propiedad exclusiva del sultán italiano, sino que suele ser una de las características de los regímenes que sienten que ya gozan del poder total. Por eso no es raro el despliegue de prepotencia con asomo de burla y se explica bien que el Presidente le pueda pedir a su Vice, entre sonrisas, que maneje bien “su sindicato”, refiriéndose al Legislativo. Y es que las cosas hay que hacerlas rápido. Aprobar las leyes, copar las instituciones, neutralizar a los adversarios (hasta ahora lo más fácil), callar a los disidentes, acabar con las “estrellitas” de la televisión de opinión, meter miedo a la mayoría de periódicos, editorialistas y columnistas (lo que tampoco es muy difícil) y tener todo... ¡ésa es la meta!
Hasta ahora, hay que admitirlo, están logrando su propósito. Pero que a eso le llamen democracia no sólo es un engaño: es una falta de respeto.
Cayetano Llobet

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